El socialista Pedro Sánchez no decepcionó en su última parición en el Congreso.
Mintió, insultó, descalificó, tergiversó y se puso histérico.
Y encima nos dio una exclusiva mundial.
Ha descubierto al causante de todos los males españoles.
Y ahora no son anónimos señores con puro, sino que pone nombre y apellidos: Carlos Herrera.
También otros periodistas que no le bailan el agua, pero esencialmente señala a la estrella de la COPE.
Y añade el amigo de los proetarras de Bildu, compadre de los golpistas catalanes y socio de los chavistas de Podemos, que Herrera y colegas mártires son las terminales mediáticas del poder del dinero, que se opone a la España Progresista.
No explicó Sánchez si esa ‘España Progresista’ es la que integran los usuarios de móvil pagado por Irán, como era el caso de Pablo Iglesias; los que viajan de juerga a Nueva York en Falcón pagado por el contribuyente, los que se forraron estafando con los EREs andaluces, los que insultan a la niña catalana que quiere estudiar en español; los que agreden en Pamplona a un negro cubano, que paseaba orgulloso la bandera rojigualda el Día de la Hispanidad, o esos políticos caraduras que se suben el sueldo un 4,5% cuando las familias españolas las pasan canutas.
En cualquier caso, lo más chusco en la actuación del socio de Txapote son sus referencias a una supuesta conjura contra él, el PSOE y el progreso, en la que participan empresarios, banqueros y periodistas.
En los casi 50 años transcurridos desde que se murió en la cama el general Franco, ningún Gobierno español ha acumulado tanto respaldo empresarial, bancario y mediático como el engendro de 22 ministros que preside Sánchez.
La consecuencia del control que ejerce Sánchez sobre los medios de comunicación públicos y concertados, que son todas esas cadenas, periodistas y tertulianos que doblan la cerviz para recibir publicidad y subvenciones, es que es que no hay ya ‘cuarto poder’ digno de ese nombre.
Con excepciones y Carlos Herrera es una de ellas.