En la mitología romana, Fama era una figura inquietante: una mujer alada con tantos ojos como rumores y tantos oídos como secretos. No dormía. No callaba. No se quedaba quieta. Iba de un lado a otro, como si llevara en el pecho una urgencia, un deber irrefrenable de contar lo que escuchaba, sin importar si era cierto o no.