Por culpa de Sanchez y su cuadrilla de maleantes, España se está degradando de tal manera que hay mañanas en que te dan ganas de hacerte portugués.
Por la tarde se te pasa, pero ahí palpita la tentación
Mientras sopeso las ventajas de saltar la raya e instalarme en un país hermano, donde siempre nos tratan bien y el Gobierno de turno, independientemente del color, no baila al dictado de presidentes megalómanos o de separatismos regionales, quiero subrayar que eso de que el marido de Begoña ‘perdona 17.000 millones de deuda’ a Cataluña es una memez.
Las deudas solo las puede perdonar el acreedor de las mismas; no el pagador subsidiario que, en este caso, es el Estado y por tanto todos los españoles.
Lo que hace el amo del PSOE, para poder seguir volando en Falcon y disfrutando del colchón de La Moncloa, es endosarnos a todos lo que han despilfarrado en chiringuitos, mamonadas, sectarismos de TV3, pseudoembajadas y corruptelas sus socios catalanes. Los de derechas y los de izquierdas. Los socialistas y los racistas.
Y de paso les pagamos otros 5.000 mossos de propina y comienza la entrega del control de fronteras, puertos y aeropuertos a los separatistas.
Es irritante la indolencia con que tantos ciudadanos aceptan silentes que el fugado Puigdemont y el golpista Junqueras entren a saco en la caja común de la mano de Sánchez y de Chuiqui Montero, pero parte de culpa la tiene una oposición incapaz de movilizarse a tiempo y de tocar a rebato.
En lugar de clamar contra el saqueo, contra el desmantelamiento de la Patria, anda Feijóo pontificando sobre Ucrania y sigue Abascal embebido en sus éxitos en la corte del Rey Trump.
Así no vamos a ningún lado.
La cortina de humo, la trampa saducea, la carnaza que envuelve el venenoso anzuelo, es que la promesa de condonar deuda no sólo a Cataluña, sino a todas las comunidades autónomas.
Penalizando, eso si, a las que bajaron impuestos y no han despilfarrado, como Madrid.
Los que hicieron las cosas bien pagarán ahora la fiesta de los que lo hicieron mal.