Lo acongojante es el silencio.
Hay contadas, heroicas y notable excepciones, pero la impresión es que el personal vive acojonado.
Y no me refiero a la gente de la calle, al ciudadano común y corriente, que también, sino a los presuntos ‘importantes’.
Ni una sola voz de la llamada ‘sociedad civil’ ha resonado en público para denunciar el atraco a la Nación, que compendia la infame Ley Puigdemont, ese engendro jurídico que distingue entre españoles de primera y de segunda y garantiza inmunidad total a golpistas y malversadores.
Ningún banquero, empresario o CEO del IBEX, esos que anuncian fastuosos beneficios en el ejercicio 2023, ha dicho esta boca es mía.
Ningún ‘intelectual’, categoría fantasiosa en la que los medios de comunicación suelen ungir a botarates si reivindican el marchamo de ‘progre’, ha rajado.
Ninguna Fundación, Asociación o Colegio Profesional ha levantado la voz contra el atropello a nuestros derechos fundamentales.
Los prebostes de la Conferencia Episcopal, colegas de los que apoyaban el terrorismo en el País Vasco y el separatismo en Cataluña, ni respiran, en consonancia con una Iglesia que perdió la voz hace décadas.
Estamos, merced a la enfermiza ambición de Sánchez y la podredumbre del PSOE, en pleno desguace de la democracia, pero nadie quiere darse por enterado.
Algunos si, esos Meconios a los que cierran cuentas para asfixiarles económicamente y siguen perforando el sistema como su humor; los esforzados que acuden cada noche -desde hace 150- a gritar libertad ante el puticlub socialista de la calle Ferraz; el reducido grupo de periodistas que no claudica y desde Internet -a golpe de exclusivas sobre el mal llamado ‘Caso Koldo’- ha arrebatado el ‘monopolio’ de la verdad a El País, RTVE, Cadena SER, LaSexta y resto de la ‘Brunete Pedrete’.
Es imposible que la sociedad española, a pesar de sus acreditadas tragaderas, se zampe este sapo. Y queda mucho por salir.
No se si el embrollo romperá por el lado de Francina Armengol o si serán las trapacerías de Illa, las de Torres o Marlaska o las turbias gestiones de Begoña Gómez y la desvergüenza de su marido no absteniéndose en el Consejo de Ministros, las que harán saltar al Gobierno Frankenstein, pero esto no va a parar.
Hay contadas, heroicas y notable excepciones, pero la impresión es que el personal vive acojonado.
Y no me refiero a la gente de la calle, al ciudadano común y corriente, que también, sino a los presuntos ‘importantes’.
Ni una sola voz de la llamada ‘sociedad civil’ ha resonado en público para denunciar el atraco a la Nación, que compendia la infame Ley Puigdemont, ese engendro jurídico que distingue entre españoles de primera y de segunda y garantiza inmunidad total a golpistas y malversadores.
Ningún banquero, empresario o CEO del IBEX, esos que anuncian fastuosos beneficios en el ejercicio 2023, ha dicho esta boca es mía.
Ningún ‘intelectual’, categoría fantasiosa en la que los medios de comunicación suelen ungir a botarates si reivindican el marchamo de ‘progre’, ha rajado.
Ninguna Fundación, Asociación o Colegio Profesional ha levantado la voz contra el atropello a nuestros derechos fundamentales.
Los prebostes de la Conferencia Episcopal, colegas de los que apoyaban el terrorismo en el País Vasco y el separatismo en Cataluña, ni respiran, en consonancia con una Iglesia que perdió la voz hace décadas.
Estamos, merced a la enfermiza ambición de Sánchez y la podredumbre del PSOE, en pleno desguace de la democracia, pero nadie quiere darse por enterado.
Algunos si, esos Meconios a los que cierran cuentas para asfixiarles económicamente y siguen perforando el sistema como su humor; los esforzados que acuden cada noche -desde hace 150- a gritar libertad ante el puticlub socialista de la calle Ferraz; el reducido grupo de periodistas que no claudica y desde Internet -a golpe de exclusivas sobre el mal llamado ‘Caso Koldo’- ha arrebatado el ‘monopolio’ de la verdad a El País, RTVE, Cadena SER, LaSexta y resto de la ‘Brunete Pedrete’.
Es imposible que la sociedad española, a pesar de sus acreditadas tragaderas, se zampe este sapo. Y queda mucho por salir.
No se si el embrollo romperá por el lado de Francina Armengol o si serán las trapacerías de Illa, las de Torres o Marlaska o las turbias gestiones de Begoña Gómez y la desvergüenza de su marido no absteniéndose en el Consejo de Ministros, las que harán saltar al Gobierno Frankenstein, pero esto no va a parar.
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