El gobierno de Javier Milei, que guarda silencio ante el intervencionismo explícito del embajador designado Peter Lamelas, volvió a subir al ring a Victoria Villarruel. Como ocurre cada vez que pierde el control de la agenda, el dispositivo oficialista apunta contra la vicepresidenta para recuperar, al menos de forma transitoria, la centralidad del debate público. La subordinación a los designios de Washington y una interna cada vez más virulenta —en la que, por primera vez, Karina Milei es blanco de críticas de los propios militantes digitales— generan incomodidad en una administración que no acepta cuestionamientos. Los ataques a Villarruel se reactivaron esta semana: el Presidente la tildó de “bruta traidora”, el ministro de Defensa, Luis Petri, la acusó de haber “comprado la agenda de la oposición”, y este jueves el vocero presidencial, Manuel Adorni, sentenció que la vicepresidenta “no es parte del proyecto”. Desde el regreso de la democracia, la elección de los compañeros de fórmula ha sido un problema recurrente para los jefes de Estado. La complicidad de campaña suele diluirse apenas pisan la Casa Rosada. La novedad libertaria es hacer del conflicto una estrategia de posicionamiento: exponer la fractura para marcar agenda y ordenar la tropa.