Definir a Nacho Vigalondo (Cabezón de la Sal, Cantabria, 1977) es casi tan complejo como hacerlo con su cine. Todo está ahí, en algún lugar, pero ha sido sepultado bajo capas y capas de otros tantos todos que, al mismo tiempo, han sido pasados por una batidora gigante hasta producir un mejunje indeterminado. Uno de esos que no está claro que se deba probar y al que, sin embargo, uno no puede renunciar desde el primer contacto con las papilas gustativas. No sin cierta culpabilidad. Pero ante el placer...
Daniela forever, su primera película desde 2016 y que llega a los cines este viernes, no es más que eso: capas y capas bajo las cuales acabar difuminando cualquier línea que separe la más cruda realidad de la más disparata ficción. A Daniela la atropella un coche, muere y la vida pierde todo el sentido para Nicolas, su novio. Hasta que encuentra un ensayo clínico, una pastilla, para monitorizar sus sueños, diseñar una nueva relación y modificar un mundo onírico hasta convertirlo en su vida.