En 1945, Nueva York se presentó como una metrópoli vibrante y en plena transformación, justo al final de la Segunda Guerra Mundial. La ciudad no solo había alcanzado su pico de población, sino que también se consolidó como una de las más grandes y poderosas del mundo. Este periodo marcó un crisol de culturas y opiniones políticas, y Nueva York emergió como un centro crucial de importancia económica y cultural. La ciudad se destacó como la capital mundial de las comunicaciones, el comercio y las finanzas, además de ser un epicentro de la cultura popular y la alta cultura. En aquel entonces, más de una cuarta parte de las 300 corporaciones más grandes de Estados Unidos tenía su sede en esta icónica ciudad. La inmigración desempeñó un papel fundamental en su desarrollo. A inicios del siglo XX, la llegada masiva de inmigrantes europeos enriqueció la diversidad cultural de la ciudad, aunque la inmigración se detuvo entre 1914 y 1920, lo que permitió a los nuevos residentes asimilarse a la vida estadounidense. Los inmigrantes que arribaron eran en su mayoría católicos italianos y polacos, así como judíos de Europa del Este que hablaban yiddish, lo que contribuyó a la rica tapestria cultural de Nueva York. Este legado multicultural sigue siendo un pilar fundamental en la identidad de la ciudad hoy en día.