¿Qué le pasa en la boca a Pedro Sánchez? Es una pregunta que me hacía mientras veía en soledad el debate mantenido en el Senado por Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo. Íntegro. De cabo a rabo.

Me interesaba mucho, más que volver a escuchar los mensajes porque estos son previsibles y yo ya sabía qué iban a decir tanto el presidente como el líder de la oposición -y lo he ido comentando en mis editoriales de los últimos días- atender a la gestualidad. Las caras, los gestos... y vi a Sánchez más nervioso que nunca. Es más, aprecié en él algunos tics, en lo que no voy a abundar, que denotaban un gran nerviosismo. Me fijé en esa mandíbula, tan marcada, que tiene el personaje y que el martes me pareció, a ratos muy rígida y a ratos desencajada, no sé si ante el pavor que a un psicópata del poder como él le produce tener delante a la persona que le va a desalojar de La Moncloa en no más de trece o catorce meses.

Ya habíamos previsto que estaría, parlamentariamente por supuesto, más insultón y más faltón e irrespetuoso que nunca con el líder del principal partido de la oposición. El día que a Sánchez le toque recoger las fotos de su despacho, lo comentaba hace pocos días con una conocida ex líder política, será tremendo para él. Tal vez la emprenda incluso con los muebles.