(EXSALTARE SEÑOR) MARCOS BARRIENTOS

  • hace 11 años
"En mi peregrinación por la vida he comprobado, entre ruinas, que el cáncer es la fuente más caudalosa de dolor, un dolor revestido con el manto rojo del miedo a morir.

Es una experiencia en que el paciente toca de pronto el paralelo bajo cero. Cada quimioterapia es un asalto feroz contra la vitalidad integral, en que el paciente se siente morir en una tormenta de agonía, envuelta en náusea y desdicha.

No sabe bien si, después de tanto sufrir, va a lograr la recuperación. Hay altibajos agitados en sus estados de ánimo. Por temporadas le sonríe la esperanza. Transcurridas unas semanas se siente de nuevo entre las garras de la desesperanza, arruinado, deprimido. Acude a Dios como única fuente de vida y resurrección. Por su parte el paciente, devastado por tumores y metástasis, se siente pura debilidad y limitación. En los momentos álgidos no puede evitar un grito desgarrador: '¿Por qué yo, Dios mío? Entre tanta gente, ¿por qué me ha tocado 'esto' a mí?'.

Pero justo ahora en la cumbre de la desolación, se da cuenta de que, en medio de la noche, a pesar de todo, Dios es la única esperanza. No, no es Dios quien le envía el cáncer. En medio del dolor, Dios, sigue siendo fiel. Está a su lado como la madre más tierna para consolaro, para fortalecerlo.

A pesar de que, desde el alba hasta el crepúsculo, el cansancio y la rutina lo atenazan en medio de la incertidumbre, el paciente no pone condiciones a Dios, ni baja los brazos ni se da por vencido. Al contrario, una fuerza interior lo mantiene con las velas extendidas, y, en el eterno secreto del silencio, espera pacientemente los vientos favorables de una dulce consolación".