En la tranquilidad de los huertos Olivos estaba el SALVADOR descansando del ruido. De las ávidas muchedumbres, de la excitación de la ciudad, de los principes y sacerdotes que lo querían matar.
Temprano regresó a enseñar en el templo, interrumpido fue por un grupo selecto. Que acusaban y arrastraban a una pobre y singular mujer, de violar el mandamiento siete de la Ley de Moisés.
Apedrearla la Ley nos indica, Oh Maestro, ¿Qué has de responder? Una trampa sin una salida y una herida mujer a sus pies.
Ocultando escuchar la pregunta en el polvo empezó a escribir los secretos culpables de aquellos que a otros vilmente querían exhibir.
Levantándose y viendo sus ojos, al MAESTRO se escuchó decir: "Quien esté de vosotros sin culpa y pecado que arroje la primera piedra" Y volvió a escribir... Y volvió a escribir...
Al ver su iniquidad revelada se fueron Dejando a la mujer sola con el MAESTRO. ¿Dónde están los que te acusaban? ¿Hubo alguno que te condenó? Ninguno SEÑOR. Pues ni yo te condeno, vete y no peques más.
Con el corazón enternecido a los pies de JESÚS se arrojó, expresó su amor agradecido, sus pecados también confesó.
Fue el comienzo de su nueva vida. Una de gran pureza y de paz. Mientras todos le daban desprecio y escarnio JESÚS le dio libertad.
Regresó su esperanza perdida, a su alma le dio sanidad. De mujer acusada llegó a ser ferviente discípulo de su maestro. Hasta el final... Hasta el final... Hasta el final... Hasta el final...
Si viviendo estás en pecado y murmuran de ti los demás El MAESTRO te dice: Ni yo te condeno, vete y no peques más.
Hoy comienza de nuevo tu vida, no desprecies la oportunidad. Retribuye la misericordia que tuvo contigo a quien hoy perdido y herido está.
No arrojes tu jamás la piedra...
Llorando al contemplar esa tumba vacía. Oyó una dulce voz que decía: María.