Quentin Dupieux es el nuevo niño terrible del cine francés. Amante de la comedia y cultor de lo fantástico, se trata del último exponente del surrealismo, nacido en la misma tierra donde este movimiento surgió hace un siglo. Si hubiera que trazar una comparación rápida para orientar a los que no vieron sus películas, podría decirse que Dupieux es el César Aira del cine. Ambos son igual de prolíficos, los dos hacen de la brevedad un rasgo que identifica a sus obras y suelen trabajar en la frontera entre la realidad y otra cosa, que algunos llamarán fantasía, ciencia ficción, delirio, nonsense o lisa y llana estupidez, dependiendo del grado de empatía que se logre establecer con sus libros o películas.