De los siete pecados capitales, que enumeró el Papa Gregorio Magno en el siglo VI y a los que yo sumaría un octavo, el de la ingratitud, que me resulta el más deleznable de todos, hay alguno como el de la pereza que no me tocan ni de refilón.
Otros, como el de la lujuria, no tiene en mi opinión ni siquiera entidad de falta grave.
Y uno en concreto, el de la envidia, me parece genuinamente español.
Les digo esto, porque estoy seguro de que a estas alturas, cuando Donald Trump enfila su segunda semana en la Casa Blanca, son multitud los españoles que anhelan para nuestro atribulado país no todo, pero si algo de lo que el flamante presidente de EEUU está haciendo en el suyo.