Parece un cuento de hadas, con final feliz. A fines de los setenta, el abuelo Leandro lo llevaba con él a los toros en Valencia, su tierra. A aquel chiquillo le entró así la pasión por el toreo, que ha sido el centro de toda su vida. Con once años, en Monte Picayo, deslumbró ya a Ángel Luis y Juan Bienvenida; días después, a los aficionados de la capital valenciana.
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