Cargar, a los 92, con los patógenos más temidos y un anhelo: conocer Santiago

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Santiago de Compostela, 27 mar (EFE).- Jesús Rodríguez tiene 92 años. Su corazón está a caballo entre México y España, donde residen un hijo suyo, su nuera y la más pequeña de sus seis nietos. Había programado un viaje a Compostela al inicio de esta primavera para probar todavía el cocido y ver su catedral, cerrada a cal y canto.
 
Solamente lo ha aplazado. "Porque sobreviví a la influenza, al dengue y, ahora, lo haré con la plaga del coronavirus. Quiero llegar a centenario". Lo dice oteando a parte de su familia y sonríe al observar un guasón cartel promocional con su foto y ese profundo mensaje, el deseo tan suyo de ir pulverizando récords de longevidad.
 
Tenía medio siglo a sus espaldas cuando empezó a expresar, alto y claro, tal afán. Empezó con lo de cumplir 60, después 70, más tarde 80; posteriormente, los noventa... Y ahora, a veces, hasta titubea.
 
"Cien", calcula por momentos. Pero, en ocasiones, cuando uno de sus descendientes le pregunta: "¿Cuántos años quieres cumplir?, ¿cien?", este anciano se encoge de hombros, estrecha sus manos, se sienta y contesta, primero, lo que Dios quiera, por sus creencias religiosas, y a continuación: "Yo ya hacía cinco más... no cien".
 
"Ah, 95, dices tú", le corrige su única hija, Lilia, que se sabe el discurso de memoria; mientras Ricardo, otro de sus vástagos, espeta un "ei" a modo de aprobación. "Di que 101", intercede de nuevo la chica, que sugiere: "O cuenta de seis en seis, que es tu número estrella, papá. Que tienes seis hijos y otros seis nietos".
 
Todos saben que el "patrón" fluctúa, que en realidad él aspira a las tres cifras, 100, y que dentro de tres años, si llega a esa meta de los 95, volverá a ansiar, en una suerte de mantra, un lustro más.
 
¿Y a partir de ahí?
 
Nació este empresario el 24 de diciembre de 1927 en el pueblo de Mexticacán, del estado de Jalisco, menos de un década después de la mortífera gripe española de 1918, la gran pandemia global del siglo XX de la que habla con inusitada frecuencia, por lo que le contaban sus progenitores.
 
Se crió con sus hermanos, Julián, Sabino, María y los fallecidos Alfredo, Miguel -el mayor- y Esther. En abril del 2009, cuando su equipaje sentimental ya era de más de ocho décadas con todos sus recuerdos, se enfrentó Jesús a un agente patógeno, el AH1N1, que puso a todos en jaque.
 
"Cubrebocas, gel antibacterial, no nos saludábamos ni estrechando los cuerpos, ni con besos, ni con el apretón habitual", comenta en cada conversación a sus parientes residentes en Santiago. Cursaba aquel virus con fiebre alta, mucha tos seca, fuerte dolor de cabeza, congestión nasal intensa e infección respiratoria gravísima. Y las restricciones, como los cierres de espacios al público, llegaron.
 
Como ocurre ahora, muchas eran las voces que opinaban, "un gentío era aquello". Ya en esas fechas quiso visitar Galicia. Y tampoco lo consiguió. "Tengo el don de la oportunidad", afirma hoy, y pone el foco, sin frivolidades, en el lado cómico del

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