"¡Tráeme pan!", el pedido a domicilio de las ventanas del corazón de Lisboa

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Lisboa (Portugal), 24 mar (EFE).- (Imagen: Cynthia de Benito) "¡Oye, tráeme pan!", pide Maria desde la ventana de su casa en Alfama. El corazón turístico de Lisboa, dividido entre Airbnb y jubilados, es ahora un barrio desierto que solo rompe el silencio para realizar pedidos a domicilio a los que pocos que pueden salir de casa.
El continuo trasiego de maletas ha desaparecido de esta zona, laberinto de cuestas y diminutas casas que ve llegar al coronavirus sin haberse adaptado del todo al otro gran sobresalto del último lustro: el turismo.
Alfama, junto con los barrios de Mouraria, Baixa, Chiado y Castelo, todos colindantes, reúne la mitad del total de pisos turísticos de Lisboa, un alivio económico para la ciudad tras superar el rescate y a la vez castigo para los habitantes de la zona, muchos desahuciados para dar prioridad al visitante.
Se mantienen ya solo los residentes de toda la vida, una población en su inmensa mayoría jubilada que ahora, con la llegada del virus, se ha recogido en sus casas siguiendo la indicación impuesta por el estado de emergencia de no salir si se tiene más de 70 años, salvo para lo imprescindible.
Pero muchos lo han llevado hasta el confinamiento total.
"Estuve en casa la semana pasada y ahora ésta, dicen que tienen que ser dos semanas. Tengo miedo de salir a la calle", dice a Efe Maria Augusta, de 88 años, asomada a la ventana desde las 10 de la mañana envuelta en su bata verde.
Es un sistema tan precario como útil. Doña Maria espera a que pase algún vecino -no quedan ya otras personas en Alfama- y le pide lo que necesita, pasándole con antelación algunas monedas. Lleva días así.
"Pedí carne hace unos días, ya no tenía. Tuve que pedir a otra persona para que buscara hortalizas para hacer la sopa, y pedí a otra persona que fuera a por pan para dos días. Ahora estoy aquí en la ventana para ver si pasa alguien y pedirle que me traiga el pan para hoy y mañana, pero no pasa nadie", comenta.
Maria necesita cuatro piezas. La panadería abierta más cercana está a 60 metros -lo suficientemente cerca como para señalarla, pero lejos para que su voz llegue- y ya esperan allí seis personas. La única aglomeración del barrio.
Es una cola rápida, formada por vecinos de entre 50 y 60 años, algunos con pañuelos de colores para taparse la boca en lugar de mascarillas.
"Esto es de no creer", masculla otro residente al atravesar la fila. Tiene 74 años y no lleva ningún tipo de protección. Con camisa de cuadros y chaqueta, pasea con las manos cogidas a la espalda, que solo suelta para subirse las gafas.
"Esto está muy diferente a como estaba hace dos semanas con los turistas", dice a Efe el hombre, que se presenta como Filipe, a secas.
Alfama está más tranquila, valora, aunque está "preocupado" con lo que está pasando y más sabiéndose dentro del grupo especialmente vulnerable ante el virus, que deja ya más de 2.000 contagiados y una veintena de muertos en Portugal.
"Solo salgo un poco por la mañana y me vuelvo enseguida a ca

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