Soy esquizofrénica y dejé de tomar mis medicamentos

  • hace 4 años
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¡Hola a todos! Me llamo Kylie y tengo quince años. Siempre me han dicho que soy una “chica especial”. Desde pequeña, me di cuenta de que podía ver cosas que los demás no podían ver. Me daban miedo los pasos de peatones y las escaleras. ¡El color rojo y el amarillo me aterraban! Siempre me daba un ataque de pánico al ver un semáforo. Los demás niños creían que yo estaba loca, e incluso sus papás les decían que se alejaran de mí. Mi mamá siempre fue muy cariñosa y me ofreció todo su apoyo. Yo sabía que era diferente de las demás personas, pero no lograba hallar el porqué. Después de mucha investigación médica y lo que se sintieron como millones de charlas con psiquiatras, le dieron por fin un nombre a mi condición: esquizofrenia. Claro, en aquel entonces no entendía lo que eso significaba, pero me di cuenta de que mis papás estaban devastados. Ese diagnóstico puso mi mundo de cabeza. Debía tomar muchos medicamentos todos los días, lo que me daba mucho sueño e incluso problemas para articular. ¡Me convertí en un vegetal! Sin embargo, los doctores parecían muy satisfechos con mi supuesta mejoría.

Sé que esta situación fue también muy dura para mis papás, especialmente para mi papá. Tenía una forma particular de ver las cosas, y se rehusaba a aceptar que su hija “no estuviera bien de la cabeza”. Culpaba a todo el mundo por lo sucedido, al punto de llegar a decir que los culpables eran los genes defectuosos de mi mamá. No me miraba a los ojos, fingía que yo no estaba allí. Así vivimos, hasta una mañana en la que encontré a mi mamá en el suelo del baño. La causa de muerte fue un accidente cerebrovascular hemorrágico, pero la verdadera razón de eso fui yo. Habían pasado ocho años desde mi diagnóstico, ocho años que fueron toda una tortura para ella. Quedé completamente destrozada y abatida. Cuando papá me dijo que me enviaría a un internado muy, muy lejos de casa para no tener que volver a mirarme, yo estaba convencida de merecerlo. Me obligó a prometer que respetaría las indicaciones médicas y que tomaría mis medicamentos.

Si bien sabía que los estudiantes con ligeros trastornos mentales podían asistir a esa escuela, estaba muerta de miedo. Me asustaba la idea de ser incomprendida y de que volvieran a rechazarme. Por suerte, resultó que estaba equivocada. La primera persona que conocí fue mi compañera de cuarto, Daniela. Era tan

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