El deseo de adoptar un niño y vivir en una familia feliz no siempre llega a buen fin. En muchas ocasiones el menor debe atravesar el trauma de abandonar el hogar y enfrentarse, como mínimo por segunda vez, a una nueva familia. Una situación por la que pasa el 10 por ciento de los menores que son adoptados en nuestro país, bien porque los padres adoptivos creen que los niños no cumplen con sus expectativas, bien porque el menor tiene problemas de conducta que los padres terminan por no poder controlar. Entre los factores de riesgo que pueden hacer fracasar una adopción se encuentra el hecho de que los padres suelen tener expectativas demasiado elevadas sobre el hijo que han adoptado, tanto por su nivel de rendimiento académico, hábitos de vida, normas o valores, lo que desemboca en una educación autoritaria. Una rigidez que «funciona mal en estos niños, ya que no reaccionan ni ante castigos severos, porque están desensibilizados», señala María Vicente Mestre, Decana de la Facultad de Psicología de la Universidad de Valencia. La edad de los padres -que suele ser elevada- es otro de los factores que pueden poner en peligro la buena marcha de la adopción al verse «desbordados o sin tiempo suficiente para atender a su hijo», señala Mestre. Lo cierto es que por una u otra circunstancia, el 40 por ciento de los niños que han sido rechazados durante una adopción no es capaz de integrarse en una nueva familia: «Se encuentran menos motivados para enfrentarse a un nuevo hogar al pensar que van a volver a ser rechazados y tardan mucho en ser readoptados», añade.